Hoy día de Pentecostés
- Rebecca Nataloni
- 15 jul
- 3 Min. de lectura
Tras el Último Viaje de Jesús, recibimos tantísimas muestras de como Jesús dejó huella en toda persona que le conoció. Queremos compartir una carta que recibimos, que nos emocionó particularmente:

Hoy día de Pentecostés, me he venido a la Estación de El
Espinar, en la provincia de Segovia. Tocaba trabajar en una parcela
que un día fue de mi abuela y a la que venía de pequeño y en la
que tantos días y noches he pasado.
Cerca de la parcela hay una pequeña iglesia a la que venía de
pequeño. Entonces oficiaba el padre Jesús que pocos años después
se fue a Mozambique de misión.
De vez en cuando venía por España y mis padres que le tenían
mucho cariño le seguían la pista y nos invitaban a seguirle.
Alguna misa suelta, visitas fugaces a verle cuando se recuperaba en
España de alguna enfermedad allí contraída, la celebración de
las bodas de oro mis padres en la que acabamos bailando al son de la
canción mozambiqueña que el Padre Jesús se empeñaba en
enseñarnos,.... Era un sacerdote especial para mí familia y lo era
para mí. Un sacerdote especial, importante para los grandes
momentos.
Hacía mil años que no venía a esta iglesia y hoy me he escapado
para venir a misa en esta antigua y apartada iglesia de pueblo.
El sacerdote nos ha recibido con una noticia. El Padre Jesús se
fue a mozambique hace unos días a celebrar allí con su gente el
ochenta cumpleaños y hoy por la mañana, día de pentecostés,
murió tras un ictus que sufrió hace unos pocos días.
A veces uno mira al cielo buscando a Dios. Otras veces uno mira al
cielo con los ojos muy abiertos para que no se le escapen las
lágrimas que inundan sus ojos.
Hoy día de Pentecostés en la misa me ha costado no sentir al
espíritu santo gritándome, "¿y tú qué?" Un día en el que él
Espíritu Santo grita "id al mundo entero y proclamad el evangelio"
y uno piensa que el Señor hace muy bien las cosas, porque los
envía en misión con el Espíritu Santo y nos recibe de esa misión
con el mismo Espíritu que un día fue envío, que hoy es amor y que
mañana será morada.
Qué casualidad tan grande. Mil años sin venir a esta iglesia y
hoy, precisamente hoy, vengo para celebrar Pentecostés y de pronto
verme recordando al sacerdote de niñez, al de mis padres. Un
sacerdote que habla de pedir cuando necesitas y dar cuando tienes
sin humillar a quien lo recibe.
Qué preciosa misa, mirando al cielo para que no se me escapasen
las lágrimas de un recuerdo, el amor de un presente, o la
providencia de un futuro.
Me sorprende que los hombres Santos, los que un día se van del
mundo para construir el cielo entre los pobres, pasen
desapercibidos.
Desapercibidos para los hombres. Los más queridos para Dios.
Hoy en la misa ha sonado de forma especial cada frase de la
secuencia de pentecostés.
Todas, cada una.
Es curioso cómo lo que tanto significa para uno para otros puede
no significar nada cuando sólo mira las cosas del mundo.
Es curioso como lo que tanto significa para uno puede tener
sentido para otros si miramos las cosas de Dios.
Ven Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones _espléndido.
Luz que penetras las almas,
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo.
Tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego.
Gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del alma
si tú le faltas por dentro.
Mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo.
Lava las manchas.
Infunde calor de vida en el hielo.
Doma el espíritu indómito.
Guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito.
Salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.



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